lunes, 30 de abril de 2012

El viaje de novios.



Son las 12 y 45 de la mañana. En un modesto piso del centro, una pareja joven acaba de hacer el amor apasionadamente en la pequeña cama de su apartamento.

Ahora, ambos descansan abrazados sobre la almohada, exhaustos por el esfuerzo del clímax. 

- ¿Cariño, tu quieres que nos casemos? 

- No lo sé. 

- ¿Por qué no? 

- Quiero decir... por supuesto que quiero casarme contigo, pero no sé si podremos... 

- A mí me haría mucha ilusión. 

- Yo misma me diseñaré el vestido; será de encaje blanco, con una cola larguísima y un velo transparente, que cubra mi cara. Las flores serán moradas, quiero unos lirios. 

Él se ríe, ya sabe que a ella le encantan los lirios. 

- Y tú llevarás el traje negro, con la corbata del mismo morado de mis flores. 


Por un momento, ella se imaginó lanzando el ramo a sus amigas, y recibiendo una lluvia de arroz infinita. 

- ¿A quien invitarás tú? 

- A mis padres, a mi abuela, mi hermano y su novia... poco más. 

- Yo también invitaré a mi abuela, espero que quiera venir, últimamente no sale de casa. Mi hermana podría llevarnos los anillos, le haría tanta ilusión. 

- Y mi hermano puede ser el padrino, ¿verdad? 

- Sí. Le dijo ella con una amplia sonrisa que iluminaba su rostro, aún más que cuando recibió el orgasmo. 

- ¿Dónde iremos de luna de miel? Preguntó él ilusionado, esperando la respuesta de ella. 

- A Italia, Francia, Grecia, Alemania, Suiza... me da igual, yo solo quiero ver mundo contigo. 

- ¿Qué te parece Venecia? 

- ¿Venecia? No, Venecia no, está llena de agua, yo no quiero agua, solo quiero caminar. 

- Quiero salir del hotel muy temprano, tomar el desayuno en la cafetería más bonita de la ciudad, pasear de noche y de día y ver las grandes catedrales y a las golondrinas anidando en sus portadas, como un relieve más del edificio. 


- También quiero pasear por la playa, y hacer carreras con las olas, para después sumergirme en sal y volver corriendo a la toalla, donde tomaremos el sol hasta que anochezca, para volver al hotel... 

- Y hacerte el amor apasionadamente. Añadió él. 

Ella sonrió y miró la hora. 

- Uff ya es la una de la tarde, deberíamos hacer la comida.

Él se levantó y se puso los pantalones y la misma camiseta que hace no más de hora y media se arrancó y dejó caer bajo la cama. 

Ella le observaba somnolienta, aún desnuda y semi oculta entre las sábanas.

- ¿Vamos a comer? Le preguntó él. 

- Anda, ayúdame a salir de aquí. Dijo ella incorporándose sobre el colchón, aún revuelto y testigo mudo del amor de por las mañanas. 

Entonces él se acercó y la cogió en brazos, como se coge a una virgen recién casada para llevarla a la cama, solo que él la dejó sobre su sillita con ruedas, esas que había de mover para poder andar, y que él un día le pintó de rojo y puso sus iniciales, para que siempre recordara, que fueran a donde fueran, él estaría detrás de la silla, y ella se giraría para ver que no se fuera nunca con una chica de piernas más largas.


viernes, 27 de abril de 2012

Historias para no dormir antes de un examen.




Se podría decir que Victoria es la típica adolescente de diecinueve años, pero entonces estaríamos mintiendo. 

A Victoria le encanta leer y, aunque ella aún no lo sepa, escribe maravillosamente bien: su sueño siempre ha sido ser escritora.

Sin embargo, a Victoria siempre le ha costado dormir, mucho, y más cuando al día siguiente tiene un examen. 

Esto no debería suponer un problema, ya que las horas que ocupan la noche, ella las dedica a estudiar, siempre se le ha dado bien. 

Pero, inevitablemente, el sueño se acumula en sus párpados como el agua de las nubes, y Victoria pasa las noches llorando por no poder dormir.

También inevitablemente, multitud de problemas pasan por su cabeza, desbancando a las ovejas blancas que deberían estar custodiando su sueño.

Victoria intenta evitar tener que pensar en todo eso, pero los demonios se apoderan de ella. 

Primero piensa en su familia.

Los padres de Victoria hace años que no duermen juntos, pero ahí siguen, dándole de comer a sus hijos. 

También dedica su insomnio a pensar en todos los complejos que puede tener una joven de diecinueve años. 

A esta altura de su vida, Victoria tiene las típicas amigas que podría tener y ha salido con algún que otro chico, pero en realidad no sabe muy bien por qué; últimamente cree que le gustan más las mujeres del cine de los años 50 que, a su parecer eran más bellas que las actrices de hoy día. 

A parte de su inclinación sexual, a Victoria le preocupa no poder quedarse embarazada. Hace unos meses leyó una novela en la que violaban a la protagonista, y esta nunca pudo tener hijos. 

Victoria no se lo ha contado a nadie, pero una vez fue violada por un amigo suyo en una discoteca, a eso de las siete de la mañana. Ella apenas se acuerda, pues los polvos de ángel y las pastillas rosas borraron su conciencia, pero desde entonces, sufre insoportables dolores en la vagina.



Es a partir de ahí por lo que empezó a sufrir insomnio, y las pocas horas que consigue dormir sueña con luces rojas y un frío suelo lleno de alcohol por donde ella camina descalza. 

Entonces llega el día del examen más importante y para el que Victoria ha dedicado todas sus horas de sueño. 

Antes de salir de casa se mira en el espejo, jamás podrá borrar esas ojeras. 

Victoria llega a clase mirando al suelo, el suelo es mil veces más interesante que la gente. 

Observando el suelo logra concentrarse, pero no sacará los apuntes esta vez, ya estudió demasiado la otra noche. 

Empieza a llegar la gente. 

Victoria odia el incesante y molesto murmullo de las voces lejanas que, ajenas al resto del mundo, intrigan y elucubran sobre cuál será la maldita pregunta. 

Pero eso a Victoria le da igual, ahora mismo es incapaz de concentrarse. Ojalá hubiera dormido esa noche.  

Llega el profesor. 

Llega con mucha calma, como si no le alterase el nerviosismo general, llega incluso altivo: “en mi poder está la pregunta, y esta pregunta determina que vosotros, el día de mañana ocupéis mi lugar”. 

Cada uno toma su asiento, algunos estratégicamente. 

El profesor reparte los folios, de un blanco que da miedo, y sonríe, sonríe pues sólo él conoce la maldita pregunta. 

Crece el nerviosismo, pero ya nadie puede hablar: “sólo quiero un bolígrafo sobre la mesa”. 

Al pupitre de Victoria llega por fin la hoja en blanco, que ni siquiera mira. 

Entonces, veinte pares de ojos abiertos se posan en la pizarra pues, el profesor acaba de escribir la pregunta. 

Se oyen algunos murmullos jubilosos, otros decepcionados, e incluso hay gente que abandona la clase, pero claro, ellos si podrán dormir esa noche.

Por supuesto, Victoria conoce la respuesta a la perfección. Sabe que se encuentra en el tercer párrafo de la página cinco del tema siete. 

Ahora es cuando debería coger el bolígrafo de valiente tinta azul y empezar la danza de la escritura durante la escasez de media hora, y rellenar con jeroglíficos de fría tinta, una hoja escandalosamente blanca.



Pero en lugar de ello, Victoria se plantea por un segundo qué ocurriría si no contestase bien la pregunta. 

Por supuesto estaría suspensa, pero no crean ustedes que sólo es un suspendo, es mucho más. 

Al suspender ese examen y, por consiguiente la enigmática asignatura, Victoria ya no tendría superado el total de créditos.

A ello le sigue la negación de la mísera beca que recibe para estar más horas en carretera que ante la pizarra. 

Pero claro, sin beca, cómo seguir estudiando una carrera de, como mínimo cuatro años, cuando sus padres tienen una familia que mantener... 

Ya sin beca ni carrera, no le queda otra que ponerse a trabajar, y por supuesto ayudar a sus padres. 

Victoria se pregunta a qué trabajo puede acceder una joven que ha dejado los estudios; las opciones no son muchas: 

Trabajar de camarera en un restaurante de comida rápida, donde va a limpiar más que a cocinar; o, en su defecto, podría ser limpiadora y operarse de ciática a los veintisiete años. 

Por supuesto, con el trabajo ya no tendría tiempo para salir con sus amigas, ni para borrarse las ojeras, pues por culpa del dinero Victoria no consigue dormir y no, no es que su colchón guarde debajo una fortuna. 

Las facturas, los disgustos, las drogas... no dejan vivir a Victoria que, debido a la depresión y la ansiedad, pierde el apetito completamente, y ahora los negros surcos de las ojeras adornan sus pómulos. 

Sus viejos padres han de ingresarla a los veintisiete años en un hospital: con anorexia, sin trabajo, sin novio y sin amigos, Victoria busca consuelo en la literatura, pues antes no había tenido tiempo de leer.

Entonces piensa en el que era su sueño hace unos años cuando, muy ilusionada empezó la carrera, pues de mayor quería ser escritora. 

Pero abre un libro tras otro y las letras están borrosas; la migraña, la droga y la anorexia no la dejan leer; Victoria es víctima de la enfermedad, del analfabetismo y del mundo, que no permitió que siguiera estudiando. 

Faltan siete minutos para que acabe el examen y Victoria sigue absorta en un futuro tan posible como pesimista, tan absorta que el tiempo pasa muy rápido, mirando al suelo, y a nuestra Victoria, camarera, escritora, limpiadora y soñadora, no le da tiempo a hacer el examen.


domingo, 8 de abril de 2012

Mis libros.



En la medida en que recuerdo, el primer libro que leí por gusto fue El fabuloso mundo de las letras, de Jordi Sierra I Fabra. 

Tendría unos trece o catorce años, era Navidad, y mis padres me habían regalado ese libro del que, lo primero que sorprende es la portada, confeccionada con diferentes tipos de letras, unas más barrocas que otras. 

Lógicamente, a esa edad, lo que más me llamaba la atención era el gran repertorio de juegos que había entre sus páginas; cada capítulo, letra capital, o rótulo estaba impreso con un tipo de letra diferente, y a color. 

El protagonista de la historia, Virgilio, cuyo nombre me pareció entonces de lo más extravagante (luego comprendería su importancia), era un chico que detestaba leer. 

Lo cierto es que no me llegué a sentir identificada con él, incluso pensé que el autor comenzó su historia de esta manera para atraer al enorme público de niños a los que no les gusta leer.

Lo más maravilloso del libro después de leer la historia es, pasar sus páginas y ver todas esas letras de distintos colores y formas y volver a realizar sus juegos y pasatiempos, tengas la edad que tengas. 


A este libro le siguió La joven de la Perla, de Tracy Chevalier. 

Mi padre me recomendó este libro después de quedar prendada de la belleza de su portada, obra del mismo título y del pintor Johannes Vermeer

Aún hoy me acuerdo de las descripciones del paisaje holandés, y de los colores y pigmentos que mezclaban criada y pintor en el taller y de... 

- ¿De qué color son esas nubes Griet?
- Pues blancas, señor.
- ¿Seguro? 
- Y grises; tienen algo de azul, también amarillo, ¡y también algo de verde! 
- Te darás cuenta de que hay muy poco blanco puro en las nubes; sin embargo, la gente dice que son blancas. 


Más tarde vi la película, en la que Colin Firth hacía muy bien el papel de Vermeer y una jovencísima Scarlett Johansson de Griet, la joven de la perla, muy fiel a la novela.

La Metamorfosis de Kafka intenté leerla, os lo juro, pero además de aburrida me resultó, debido a mi rechazo hacia las cucarachas, repulsiva. Pero diré que la versión que hizo Quim Monzó en su libro de relatos 86 cuentos, titulada Gregor (página 403) me resultó de lo más divertida. 

Como ya he dedicado toda una entrada a Quim Monzó, sólo diré que cronológicamente le corresponde ser descubierto en este punto de mi vida, donde curioseaba entre los libros de mi padre (cosa que aún sigo haciendo). 

Más tarde descubriría (también gracias a mi padre) a Amélie Nothomb

Un dato curioso es que, la escritora de origen belga que se considera japonesa, comenzó a escribir novelas el mismo año en que yo nací, y ha publicado desde entonces, una cada año; para mí, los años que tengo... aunque no son muchas para leer, le digo lo mismo que a Quim Monzó: no deje nunca de escribir señorita Nothomb. 

De Amelie Nothomb no hay películas, por suerte, creo que el director de cine que tomase una de sus novelas para la gran pantalla, literalmente se las cargaría pues, esta autora tiene el “don” de no describir nada, y dejar a la imaginación del lector poner en su mente escenario para sus historias. 


Primero fue Ácido sulfúrico, donde se recrea en forma de reality show, un verdadero campo de concentración donde, los telespectadores deciden quien irá a la cámara de gas. Resulta de lo más concienciador. 

Después fue Antichrista, duelo psicológico de adolescentes donde Blanche es sometida a abusos y humillaciones por parte de Christa, con un final nada esperado.

Más tarde fue Biografía del hambre donde, a modo de autobiografía, Amelie Nothomb nos cuenta su obsesión desde niña por la comida y los viajes a los que se vio en ocasiones premiada y en otras obligada a realizar. 

Como dice en la sinopsis, este libro reivindica: hambre de lenguas, de libros, de alcohol, de chocolate, ansia de belleza y de descubrimientos... 

Siempre es un placer leer sobre la vida de esta fascinante escritora que, por suerte ha visto mucho mundo. Quizás este sea el más descriptivo de sus libros. 


Cosmética del enemigo, de tan sólo 96 páginas es, a modo de diálogo entre dos desconocidos que se encuentran en un aeropuerto, una verdadera novela psicológica, de la que uno solo quiere conocer el final. 

Diario de Golondrina me sorprendió bastante por su argumento (Amélie Nothomb siempre logra sorprenderme cada año que pasa). 

El protagonista, después de haber bloqueado todas sus emociones para evitar el dolor, descubre en la música de Radiohead, la recuperación del deseo. 

Pero es a través del asesinato donde su vida vuelve a cobrar sentido, hasta que se enamora de una de sus víctimas cuando emprende la lectura de su diario. 

Por último puse en mis manos Ordeno y Mando, una novela en la que el protagonista se sumerge en una vida de ensueño, ocio y placeres en un oasis en forma de mansión de lujo, con sabor a champagne francés y habitado por una belleza nórdica, todo ello a través del robo de identidad. 


Aún hay muchos libros de Amelie Nothomb esperándome en la estantería, para que los devore en unos pocos días y me quede pensando, en lo bello de sus palabras y en la lección moral de sus historias. 

Más tarde llegó mi fijación por las “Lolitas”.

Sin embargo, comencé por la versión española de Lorenzo Silva: La flaqueza del bolchevique. 

Ya había visto a mi padre leer este libro años atrás pero, el título no me decía mucho, hasta que leí la sinopsis, y después la crítica, que me llevó a otro libro: Lolita, de Vladimir Nabokob y que, por suerte, también tenía mi padre. 


La lectura del primero duró tan solo dos días y fue apasionante. 

El protagonista escuchaba tanto Judas Priest como Schubert; pero además logré descubrir el por qué de ese título.

Se podría haber escrito toda una novela de esa parte donde, el protagonista observa la foto de la fría y bella princesa Romanov y se pregunta cómo hubo de sentirse el bolchevique que le dio muerte.

Una historia moderna y preciosa.


Luego le siguió la verdadera Lolita, de Navokov

Primero estudié su biografía; este escritor ruso convertido a americano fue realmente polémico ya que se llegó a pensar que si era capaz de escribir una historia así, también sería capaz de cometer los mismos actos atroces que su protagonista. 

Por supuesto, en el año 1955, la novela fue prohibida en muchos países pero, hoy día se la considera una obra maestra indiscutible de la literatura universal. 

Y comienza de la forma más bella que el lector pueda imaginar: 

Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo-li-ta. 

Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.


Sin embargo, el viaje que emprenden los dos protagonistas se me hizo largo, muy largo, pues parecía que yo también fuese en el viejo automóvil, observando el seco y anaranjado paisaje americano, plagado de moteles en los que la joven Lolita se hacía, en brazos de su maduro padrastro, una mujer antes de tiempo. 

Por supuesto también vi las películas (en La flaqueza del bolchevique, merecidísimo Goya a bella María Valverde, como mejor actriz revelación en el año 2003), aunque siempre me ha perseguido esta cuestión: ¿Qué fue antes el libro o la película?, ¿Debe uno antes leer o ver? Todos lo hemos hecho pero, debo decir que no siempre nos decepcionan las películas, que a veces están incluso mejor ejecutadas que los libros. 

Pero también llegué a una tremenda conclusión: se han escrito estas dos obras de Lolitas donde, el protagonista siempre es el hombre maduro y triunfador, sobre la niña inocente, delicada, bella e inexperta. 


Y digo yo: ¿por qué no escribirla al revés? Hace dos años que me estoy dedicando a escribir la historia de una joven que intenta seducir a un hombre veinticinco años mayor que ella pero, no os preocupéis, que no se parecerá en nada a American Beauty. 

Para finalizar, en esta entrada también quiero hacer una mención a otro escritor muy especial para mí que ha sabido inculcarme mejor que nadie, ese amor hacia la lectura y esas ganas de escribir.

A mi padre (lector empedernido donde los haya y al que ya no le caben más libros en casa), un señor que un día, sin saber cómo ni por qué, empezó a escribir, y ya no paró. Gracias papá.