lunes, 13 de mayo de 2013

Sentidos que siento sentir.



Aquella mañana, íbamos hacia la estación, cogidos de las manos. No nos miramos por miedo a desgarrarnos los ojos y a derramar las lágrimas que tan dolorosamente dejaría caer luego. Aquellas caricias, serían las últimas que percibiría mi cuerpo. 

El cielo estaba nublado, y entonces comprendí que el negro no es el color más triste, sino el gris, pues nunca será tan oscuro y admirado. El tren llegó a una velocidad inhumana, violenta que nos separó al instante. Sentí tus últimas palabras como suspiros, que mis oídos condensaron en un te quiero dolorosamente cierto; y tu beso efímero me dolió en el alma, al igual que tus caricias, fundidas en el olor que tu cuello desprendía, para unirse con el viento y la lluvia que la horrorosa mañana preludiaba. No nos dijimos nada más, ni un simple adiós: ya nunca volveríamos a vernos.

Te fuiste muy rápido, con el viento, y yo deseé que lloviera, para que las nubes llorasen por nosotros. En el tren, una asquerosa pareja se abrazaba, de esas que están a la moda y no duran juntos ni medio lustro. Yo te quise desde que tenía conciencia del tiempo, y te querré incluso cuando deje de respirar: me temo que te amaré hasta que me lo prohíbas.

Sentí arcadas, dolor entre los ojos, y ganas de arrojarlos a ambos a las vías del tren, pero no les daría la satisfacción de morir juntos, la arrojaría a ella, porque los hombres hacen menos ruido al llorar.

Debería estar prohibido que la gente se besase en la calle, pero no para nosotros. Ante mi imposibilidad de asesinato, quise arrancarme los ojos, uno tras otro, y tirarlos a sus pies, junto a todo el odio que sentía.

Dicen que amamos con los sentidos; yo te amo con mis entrañas, con cada vena y cada poro, con la humedad de mi sexo y con la ingenuidad de mi mente, con toda el alma, y cuando te fuiste te llevaste mis entrañas, y de mí ya no queda nada. Quererte duele tanto como un día gris en el que no llueve, como si el tedioso final no llegara nunca.