lunes, 1 de octubre de 2012

El hombre de ácido.




A los treinta y tres años, Héctor había alcanzado lo que la mayoría de los hombres quieren: era el jefe de su propia empresa, tenía una casa enorme a las afueras de la ciudad, un coche fabuloso, una ropa fabulosa y un grandísimo éxito con las mujeres.

Sin embargo, Héctor siempre había despreciado a las mujeres; tomaba de ellas lo necesario y después las abandonaba, recurriendo a falsas promesas para conquistarlas.

Puede que su misoginia se debiera a su padre. Desde que Héctor tenía memoria, su padre, un militar jubilado prematuramente, despreciaba y maltrataba a su madre.

En cuanto tenía ocasión la humillaba, y cuando llegaba ebrio a casa siempre la golpeaba:

Así es como hay que tratar a las mujeres hijo, si no se creen que las quieres más de lo que las necesitas.

A los siete años era incapaz de comprenderlo, pero aquella frase escondía un significado oculto: su padre pegaba a su madre porque la necesitaba, la amenaza era una forma de asegurar su fidelidad, el amor de ella, pero nunca de él.



El padre jamás dejó que la madre besara al chico, y cuando la maltrataba de cualquier forma, le obligaba a mirar, como si se tratara de clases particulares para aprender a ser más hombre.

Tu eres fuerte hijo, cuando naciste no lloraste, y nunca lo has hecho, estoy orgulloso de ti.

Los años pasaron pero Héctor no hizo más que, inconscientemente odiar a las mujeres.

Despreciaba a su madre, pero quizás fuera porque no se defendía, y al día siguiente siempre volvía a preparar la cena con esmero y un condenado silencio que no hacía más que crecer su odio.

A los dieciocho años, Héctor abandonó lo que él creía su hogar, dejando a su madre junto al monstruo con el que algún maldito día decidió casarse.

Para triunfar en la vida, no olvides todo lo que te he enseñado hijo. Se despidió orgulloso su padre, mientras la madre intentaba secar una única lágrima brillante, era la primera vez que alguien lloraba en su casa.



La vida de estudiante era fabulosa, Héctor podía pasarse el día entero masturbándose, ya que las broncas de su padre no interrumpían la delicada maniobra.

Pero aquello no era suficiente. Había una chica en clase que siempre le miraba, una rubia de ojos azules encantadora, pensó él.

Me gustas. Se atrevió a decir Héctor un día.
Tu también me gustas, dijo ella tímidamente.
Lo sé. Contestó Héctor mientras la cogía de la mano y la llevaba a su habitación.

Estaba nervioso, era su primera vez, pero no podía permitir que ella lo notase.

Hicieron el amor, o algo parecido, pues en el mismo momento en que Héctor eyaculaba la chica gritó, pero no de placer.

Héctor la miró asustado, los ojos de la joven se habían vuelto blancos, y el pulso desapareció en sus venas.

Se encontraba entre el terror y la excitación, pero se vistió y se marchó corriendo.



Héctor se recuperó pronto, cuando logró conquistar a otra compañera de clase. Inconscientemente, se estaba convirtiendo en su padre.

Descubrió que encontraba aún más placer en aquel grito agónico que acompañaba su eyaculación. El sexo sin la muerte ya no tenía sentido.

Recordaba las enseñanzas de su padre, su desprecio hacia las mujeres, se sentía como un hombre y no le importaba hacer lo que hacía.

Cada vez era más fácil seducirlas, engañarlas, llevarlas a la cama, despreciarlas mentalmente y quitarles la vida a través de su propio placer, mediante su semen mortal.

Hasta que un día... Un día de estos en los que el cielo es de color rojo y te levantas con la sensación de que algo nuevo está apunto de sucederte, Héctor salió de casa como todas las mañanas, pero vio a aquella mujer.

Su pelo tan rojo como el cielo resultaba inquietante, la blancura de la piel le recordaba al frío mármol de las más tristes Venus, los ojos tan verdes y profundos que dolían.



Era perfecta para él, y él era perfecto para ella, solo que aún no lo sabían.

No fue difícil concertar una cita, ni tampoco llevarla a su habitación; pero una vez allí, Héctor no supo contenerse.

Te amo...

Podía parecer ridículo pero, amaba el rojo de su pelo, amaba la textura de aquella piel que aún no había tenido el placer de acariciar, blanca y fría, y sus ojos... parecían atraerlo como las sirenas atraen a los marineros más románticos hacia la muerte.

Y no tenía problema en decírselo: Te amo.

Para él era como escribirle mil poemas y canciones, era algo que ella tenía que saber, si no su belleza se esfumaría para siempre.

Te amo.

La mujer parecía estar acostumbrada a aquel tipo de confesiones, pero eso no la hacía menos deseable.

No se contuvo y la abrazó, la abrazó tan fuerte y delicadamente como pudo, sabiendo que podía romperse con su abrazo (como el mármol) pero sosteniendo los pedazos que formaban su delicado cuerpo.



Ella también le abrazó, pero no parecía amarlo ni contenerlo, solo desearlo.

Instintivamente, se besaron, también de forma instintiva se desnudaron, como dos animales a los que les sobra la segunda piel.

Contemplarla así era aún más sublime, Héctor sentía que no podía amarla más y, sin embargo, cada vez estaba más cerca de la locura.

En un abrazo infinito, los cuerpos se fusionaron, dispuestos a la eterna unión que, oh no, Héctor recordó lo que ocurría cada vez que se acostaba con una mujer, ese tremendo final de placer que experimentaba con la muerte de la desdichada.

No podía dejarla morir a ella, la amaba.

En un acto de desesperación, Héctor escapó del abrazo de la mujer y le contó qué sucedía, y la horrible persona que era (aunque no menciono a su padre).

Pero, justo en el momento en que Héctor recitaba su confesión y lo mucho que la amaba, recordó a su pobre madre, y una lágrima de ácido se escapó de sus ojos, matándolo lentamente, pues fue la única y la primera.


8 comentarios:

  1. Mil gracias.
    Un saludo igual de afectuoso.

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  2. Buena historia, como molan las imagenes!!! buen blog, te sigo... http://peter3tears.blogspot.com.es/ este es el mio, espero que te guste y si quieres no dudes en seguirme!!! :)

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    1. Muchas gracias por tu opinión y por seguirme, ya te sigo yo también.
      Un saludo.

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  3. muy buena historia, jamás me hubiese imaginado el final
    saludos y ya te estoy siguiendo!
    xx

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  4. Muchas gracias por leerme y por seguirme, te sigo yo también.
    Me alegro de que no esperases el final, de eso se trataba.
    Un saludo.

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  5. De verdad que se te dan genial los relatos cortos. Muy bien narrado y un final conmovedor.
    Sigo dejándote comentarios conforme me los voy leyendo. Seguramente sea relato por día para degustarlos mejor :)

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    1. Oh! Muchas gracias por comentarme María! :)
      Me hace mucha ilusión, y tu opinión ya sabes que me importa; estaré encantada de que sigas leyéndome y comentándome.
      Gracias de verdad, significa mucho para mi.

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