domingo, 15 de enero de 2012

La Magia.


Gracias a Fran por inspirarme la idea.



Sobre la misma cama, Eva vivió toda su vida. 

La cama la vio nacer y también crecer. 

Sobre esa cama, sus padres se juraron amor eterno y, en una noche de pasión y de champán, concibieron a Eva y a sus hermanas. 

En esa cama jugó con su madre y sus gemelas, a juegos de saltos y almohadas, de plumas y muñecas, que lloraban al ver crecer a Eva. 

También la cama fue el refugio contra las iras de su padre, cuando volvía tarde a casa y golpeaba a las niñas. En una ocasión intentó forzar a Eva, pero su madre rompió el jarrón con lirios blancos sobre la cabeza de su marido ebrio. 

Al crecer, por las noches y para evitar oír llorar a su madre, Eva se escondía bajo las sábanas, tan rosas como sus mejillas de nínfula, y leía todo tipo de libros. Así aprendió a huir de la realidad, sumergiéndose en historias imposibles, de princesas y dragones, de duendes y sirenas.

La cama también fue testigo de las incontables horas que Eva permanecía pensando en su primer amor, para después volver corriendo a casa y quedarse muy quieta sobre la almohada, recordando cómo él había rechazado su propuesta de ir a tomar un helado. La cama se tragó todas esas lágrimas durante años, hasta que Eva conoció a Adán. 

Eran jóvenes aún cuando regresaron a casa tras toda una noche observando las estrellas, y perdieron su virginidad sobre esa cama que, aún conservaba esas sábanas rosas que Eva manchó de rojo.

Entonces ellos también se juraron amor eterno y sembraron la semilla de la que pronto brotaría la vida. 

Por aquella época su madre ya había fallecido, víctima de un cáncer, y sus hermanas habían corrido al centro de la ciudad en busca de aventuras adolescentes; ya nunca volverían a ver a Eva, pues supo más tarde que fueron víctimas de los polvos de ángel y las pastillas rosas. 

Eva no necesitaba ver mundo, prefería quedarse en casa, leyendo hasta altas horas de la noche, aún los mismos cuentos de hadas.

Pero un día Adán empezó a beber más champán de la cuenta y a traer amigos a casa, que descargaban su ira en la frágil Eva, que cada día veía crecer aún más su vientre. 

En cierta ocasión en la que dormía sobre su inseparable cama, sintió que su criatura ya quería ver mundo. Como de costumbre, Adán no estaba en casa; aquella noche murió en un accidente de coche por conducir ebrio, un amigo suyo y dos prostitutas que iban en el asiento de atrás tampoco sobrevivieron.

Esa noche Eva no se sentía con fuerzas para nada, la cama estaba demasiado mojada por las lágrimas: echaba de menos cuando su madre corría por las noches para despertarla de sus pesadillas, siempre protagonizadas por su padre. 

Esperó que Adán regresara, pero no lo hizo. 

Su hija decidió nacer justo en la misma cama, a la misma hora que ella murió.

Y la cama y las muñecas lloraron la marcha de Eva, pues ya no podría sentir la magia de una vida nueva...


3 comentarios:

  1. profundo relato nos regala tu alma sensible de escritora y poeta, infinitas gracias por hacernos participes de ella y por dejarme la estela que dirige a tu morada habitada por sensibilidad y belleza en letras.

    ResponderEliminar
  2. Se que escribo muchas penas, pero son protestas y con ello pretendo concienciar y deleitar a mi lector, muchas gracias por leerme :)

    ResponderEliminar