Todas las imágenes son de Arthur Berzinsh.
Desde siempre he sabido
que moriría joven.
No sé exactamente
cuándo, pero lo que si sé es que quienes acudan a mi funeral
exclamarán entre sollozos: Era tan joven...
Llevo con esta certeza
demasiado tiempo, aún siendo niña pero, este miedo se
confirmó hace unos cinco años, cuando murieron mis tíos y mi
abuela, todos por algún maldito cáncer.
En casa, desde siempre la
muerte ha sido un tema normal. Uno de los primeros recuerdos que
tengo de ella es cuando oí por primera vez decir a mi padre:
Cuando muera no me
enterréis, incineradme. Y me metéis en una cajita, ahí bajo el
árbol. Y señalaba el enorme
pinsapo que preside nuestro patio desde que tengo memoria.
Mi madre siempre le
miraba entre la incredulidad y la fascinación; odiaba que mi padre
proclamara aquello delante de mi hermano y de mí sin ningún tipo de
pudor. Tanto que yo tuve que preguntar, y así mi padre me explicó
qué es que te incineren.
Por supuesto, después de
la explicación estaba totalmente de acuerdo con él.
También desde muy pequeña mis padres
me han hablado de la reencarnación. Ellos creen que yo, su primera
hija, los elegí a ellos como mis padres, desde algún universo
paralelo.
Esa creencia está tan
arraigada en mí que he llegado a pensar en los sueños como
recordatorios de otras vidas, que quizás estemos viviendo
simultáneamente.
No te portes mal en
esta vida hija, que nunca se sabe qué te puede pasar en la
siguiente. Decían mis padres
cada vez que pegaba a mi hermano pequeño, molestaba al gato o
hablaba mal de algún compañero del colegio.
Aquellas palabras me marcaron de por vida.
Pero desde siempre he
sentido en mí una extrema fragilidad. Una fuerza interna a la que ya
estoy habituada, pero que resulta aterradora.
Entonces no me
importaba; si muriera, mis padres, hermanos y amigos terminarían
superándolo y aprendiendo a seguir adelante con sus vidas sin mí.
Magnífico porque el amor
te hace madurar, compartir, sonreír; pero horrible porque no hay
nada que te haga tan vulnerable hacia el dolor.
El día que descubrí que
estaba enamorada, no le presté atención a mi profecía, estaba
demasiado ocupada saboreando cada segundo con él, sus ojos verdes.
Pero hay días que mi
futuro me quita el sueño, pues siento que desde que nací un
horrible reloj mental se puso en marcha, dispuesto a restarme vida
día a día.
Una vez le conté a él
mi miedo.
No digas tonterías,
tu no vas a morir joven. Dijo él riéndose por la manera tan
solemne con la que solté aquellas palabras.
Pero es que lo sé.
Le dije tan convencida como que existía en ese momento.
Sin embargo, cada vez que
volvía a surgir aquel tema tan desagradable para él y tan normal
para mí, él no podía evitar ponerse triste.
He soñado que te morías. Me dijo un día muy serio, ya no se atrevía a reírse.
He soñado que te morías. Me dijo un día muy serio, ya no se atrevía a reírse.
Ambos siempre le hemos
concedido una exagerada importancia a los sueños.
Para tranquilizarle, yo
le decía:
No te preocupes, al
menos ya lo sé, estoy preparada.
Lo que no quiero es
sufrir.
Sé que no moriré de
vieja. Será debido a una enfermedad, cáncer de cualquiera de los
órganos que tanto me duelen siempre.
Antes no me importaba, pero morir estando enamorada sería horrible, pues se llega al punto en el que dependes tanto de la otra persona que no eres capaz de concebir tu vida en soledad.
Antes no me importaba, pero morir estando enamorada sería horrible, pues se llega al punto en el que dependes tanto de la otra persona que no eres capaz de concebir tu vida en soledad.
Preferiría
morirme yo. Me dijo él un día, pareciendo comprender que nunca
podría quitarme ese miedo.
No, no sería capaz de
seguir viviendo sin ti. Sería aún más horrible.
Entonces
me quedé pensando, sin atreverme a preguntar:
Si me muriera ahora,
¿volverías a enamorarte? Las
palabras fueron más rápidas que la mente.
No creo que pudiera...
Me dijo él exageradamente
triste.
Yo le
sonreí, consciente de mi egoísmo, pero también de su infinito
amor.
Ojalá pudiéramos
morir juntos. Le dije en un tono
demasiado feliz.
Eso es imposible. Dijo
él, devolviéndome a la realidad.
Si tú te fueras ahora,
yo me quitaría la vida. ¿Ves como se puede? Le
dije sonriendo, pero totalmente convencida de mis palabras.
Entonces
me decidí a contarle un secreto, todos mis miedos. Pensé que si se
los contaba, en mi mente esos problemas se harían más pequeños.
Tengo miedo a no poder
ser madre nunca, a no llegar a publicar mi libro, a que mis padres y
hermanos mueran, a perder a mis amigos, a envejecer, a que me
abandones, a que desaparezca el verde de tus ojos...
Sabes que no
desaparecerá. Dijo sonriéndome,
posando sus ojos en los míos, tanto que pude ver el perfil de mi
nariz reflejada en su iris verdoso.
Entonces,
en aquel momento comprendí que él siempre estaría conmigo, hasta
el día de mi muerte.
Y,
automáticamente, como si ambos lo supiéramos, nos abrazamos y nos
dormimos, el uno frente al otro, sin poder ser más felices.
No
me importaría morirme ahora. Pensé decirle, pero no lo hice.
Me ha encantado tu entrada. No he leído aún el resto de tu blog, pero lo haré!
ResponderEliminarMe hago seguidora de tu blog! Besos.
Gracias por leerme y seguirme también, espero que te guste mucho.
EliminarUn saludo.
He estado sobrecogida mientras leia.
ResponderEliminarSé que hay parte de verdad en este relato pero no sé cuanta. Eso no importa, lo importante es la delicadeza, la sensibilidad y el amor que derrocha este relato.
Un abrazo
En realidad debo decir que todo es verdad.
ResponderEliminarLo que me decía mi padre de pequeña; la muerte de tantos familiares; mis creencias y todos mis miedos, que son reales; y la conversación con mi novio es totalmente literal, ocurrió hace no más de una semana.
Me inspiró a escribirlo, y por eso para mí ha sido una liberación, porque revelo el secreto de mis mayores miedos, pero con mucho amor.
Gracias por tus palabras, un abrazo.
Maravilloso post y blog,tienes un gran talento,gracias por compartirlo,un saludo
ResponderEliminarAna
Muchas gracias por tus palabras, sientan muy bien, dan ganas de seguir escribiendo.
ResponderEliminarUn saludo.
Se nota que es un texto muy personal y eso me encanta.
ResponderEliminarNo sé por qué pero cuando te leo me entran ganas de dibujar y ser creativa. Es una suerte conocer a gente con este potencial. Sigue así que lo haces muy bien.
Sí que lo es, te aseguro que las conversaciones son totalmente literales.
EliminarEs como una confesión.
Me alegro mucho de darte ganas de ser creativa, ¡ya sabes!
Yo también me alegro de conocer a alguien que comprenda mi amor por todas las artes, espero poder ver más trabajos tuyos.
Gracias por tus palabras, un abrazo.