viernes, 6 de enero de 2012

Navidad.





Veinticuatro de Diciembre, en la típica ciudad, la típica familia y la típica cena: 

Víctor sigue pensando, “faltan unas horas para que sea Navidad y aún no tengo los regalos de mi familia”. 

Víctor tiene esposa y dos hijos, además de un perro y una tortuga, pero no se le ocurre nada que regalar: 

A su hija mayor le encantaría un nuevo teléfono móvil que anuncian en la tele, que si cámara, que si vídeo, que si no se qué. También sabe que a su hijo pequeño le chiflan los coches, sea como fuere acertaría con un scalextric, un coche teledirigido o cualquier cosa con cuatro ruedas. Sobre el perro y la tortuga... bueno, el día veinticuatro sus hijos acostumbran a sobrealimentar a las pobres mascotas como regalo navideño. 

Y por último está su mujer, la persona más fácil de complacer en el mundo: sabe que adora los perfumes caros, los bolsos y zapatos de marca, siempre a juego, las joyas, siempre de oro, un bonito vestido de seda o, incluso una estancia en un spa. 

Pero después se pone a pensar: “y ellos, ¿qué regalo tendrán para mí?” El típico libro de autoayuda, un jersey rojo con renos, unos calcetines, una bufanda de rayas (como los calcetines), una máquina de afeitar... pero no se dan cuenta de que lo único que él quiere es cambiar de familia: tener una esposa que nunca diga “me duele la cabeza” y que sepa cocinar de todo; tener una hija que saque buenas notas y un hijo al que no peguen en el colegio; un perro que vaya a buscar la pelota y una tortuga menos aburrida, pero sabe que eso es imposible, a no ser... 

“A no ser que los mate a todos, ya está, les daré el mejor regalo de sus vidas: la muerte, ¿qué puede haber mejor que eso?” Aunque, pensándolo bien, no le apetece tener que buscar un método discreto para asesinarlos, y encima tener que ocultar los cadáveres, ponerle excusas a la policía y a sus vecinos, decirle a su jefe que se muda de país y empezar una vida nueva para que, con tan mala suerte le vuelva a tocar una esposa fea y egoísta, una hija tonta y cursi, un hijo calzonazos y un perro y una tortuga la mar de aburridos.  

Entonces decide que el regalo se lo hará él mismo y, la noche del veinticuatro, sirve cinco copas de vino tinto, de las que sólo una lleva arsénico; decide que será para él y, después de beberla hasta arriba y caerse al suelo muerto, su familia sigue celebrando la Navidad y quejándose por sus regalos.




4 comentarios:

  1. La única forma de liberarse del sufrimiento es liberarse del mundo, y Victor lo sabe, por eso decide tomar la "pócima" de la salvación y jubilarse antes de tiempo.
    Magnífico relato que me ha impresionado por su cruda realidad.

    un fuerte abrazo
    http://www.cajonsecreto.es

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  2. Hola de nuevo.

    Excelente relato como apertura/inauguración de estos delirios tan tuyos.

    Esperamos seguir disfrutándolos con regularidad.

    Besos.

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  3. Bravo Paloma, me encanta (un fuerte aplauso) :)

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  4. Tan crudo como la misma realidad, pues he pretendido hacer sonar la más fuerte de las críticas a la Navidad y al materialismo que olvida lo más importante: el amor.
    Gracias por leerme, a todos :)

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