La tarde permanecía
tranquila, hasta que se cansó de estar serena. Yo nadaba en la
piscina, y un destello en el cielo me hizo temblar, erizar mis vellos
y todas las sensaciones que profetizan el caos más horrible. El
cielo se enfureció con la tierra, como dos amantes que se odian con
sus miradas y con lágrimas, el cielo hizo callar a la tierra, que no
toleraba el agua.
La piscina se desbordó
de sus límites azules, y se transformó en un mar frío, artificial,
del que emergieron dos purpúreos pulpos paquidérmicos, con pausados
pasos de patas puntiagudas, penetrantes, punzantes. Empezó a llover,
tronar, granizar y nevar al mismo tiempo, y todas las inclemencias
del tiempo hicieron imposible la huida. Algo desconocido, una fuerza
oculta en la mente que nos conduce a la locura, me incitó a
sumergirme en el agua, junto a los monstruos.
El frío invadió mis
entrañas, y los pulmones se llenaron de aire caliente, pesado. El
traje de baño me oprimía, pero era horriblemente placentero nadar
con los pulpos, que pronto advirtieron mi presencia. Me abrazaron,
desnudaron, amaron y descuartizaron la mente en un torbellino de
sensaciones marítimamente deliciosas. Cuando terminó mi
inconsciencia, huí del líquido amniótico de las pesadillas, ya el
cielo se había calmado, otra vez. Seguro que la tierra se arrodilló
arrepentida de sus actos y juró armonía, al menos por un tiempo.
Me sentí desnuda, bañada
por el sol, el aire era muy violento de respirar; de entre mis pechos
brotaron unas marcas africanas, a modo de escamas de cocodrilo, un
río de sangre que recorría el epicentro de mis dos montañas
blancas.
Acaricié mis heridas con
terror, mi piel gritaba en silencio, el dolor se extendía cual
cáncer ultrahumano y el tamaño de mis incisiones crecía en
fracciones de segundos.
El calor aumentaba sobre
mi piel, mojada y doliente; la excitación del cielo se hizo latente,
atraído por las mentiras de la tierra fría, mojada, tierra que se
pega siempre a los zapatos, a las uñas.
Aquella noche, soñé con
África en Agosto: los nativos me abrieron el pecho para beber mi
sangre blanca, mojada en la sal de las piscinas occidentales. Sal,
guijarros y gusanos en mi pecho, abrieron mis heridas para vivir
dentro de mí.
Hola.
ResponderEliminarTerribles y bellísimas imágenes.
...Y la P se escarificó entre pulpos y piscinas.
Un beso.
La P se metamorfoseó en otro pulpo más, nadando entre las sílabas.
EliminarGracias, un beso.
Este relato responde perfectamente al título del blog, un delirio entre sueño y pesadilla, entre deleite y martirio subacuático; pero por encima de todo, atractivo en imágenes y texto de la primera a la última palabra.
ResponderEliminarEs un surrealismo doloroso y delicado, surgido de mis más aterradoras pesadillas.
EliminarMe alegro de que el relato resulte atractivo en ambos sentidos.
Gracias, un abrazo.