Cansada del mundo, decidí
irme unos días a una isla a descansar. Me la recomendaron unos
amigos, decían que esa isla tenía poderes curativos.
Era muy pequeña, y el
hotel tenía como norma principal acoger a un solo huésped.
Los empleados eran muy
discretos, casi parecían fantasmas que ponían ante mi sábanas y
toallas, y que luego se esfumaban; y la comida siempre estaba en la
mesa antes de que llegara, sin posibilidad alguna de hablar con
nadie, pero eso es lo que yo quería.
Aunque era otoño, quería
ver el mar.
Una mañana, salí del
hotel muy temprano, no sin antes detenerme ante las flores que la
decoradora dejó en la mesita del recibidor, junto al teléfono.
Eran unos lirios blancos
pero, no olían a nada, ni siquiera olía el aire.
Estaba todo impecable y
pensé que unas flores tan perfectas, debían de carecer de algo.
Me puse una rebeca y
caminé por la playa.
No había nadie, ni
siquiera a lo lejos.
Las olas acariciaban con
calma la fina arena que teñía de blanco la orilla de la isla.
El cielo se empezó a
llenar de nubes.
De pequeña siempre me
había gustado tirar piedras al mar, para verlas bailar.
Encontré una perfecta,
era gris con vetas oscuras, y tan plana que parecía un plato
prehistórico, casi me dio pena arrojarla al mar; pero sabía que su
muerte merecería la pena.
Antes de lanzarla, me la
llevé a la boca, para saborear la sal del mar.
Curiosamente, la piedra
no sabía ni a sal ni a nada. Pero aún así, era digna de ser
lanzada.
Con todas mis fuerzas, mi
brazo trazó un surco en el aire, efímero como un suspiro.
La piedra rebotó unas
cinco veces pero, no oí sus golpes desgarrando la piel del mar.
Quise repetir la danza de
las piedras, pero no encontré más en la orilla.
A pesar del frío, algo
desconocido me indujo a meterme en el agua.
Me quité los zapatos y
mis pies se sumergieron en las elegantes y tranquilas olas de la
orilla.
Pero no sentí el agua ni
su opuesto, la tierra. El frío habría enmudecido mis pies,
privándolos de sensaciones cálidas.
Algo en el cielo
parpadeó: se acercaba una tormenta, que teñía de gris la isla.
Cada vez iba quedando
menos azul, y las negras nubes eran las únicas señoras de la esfera
celeste.
Comenzó a llover con una
rapidez atroz, y yo quise salir corriendo hacia el hotel, por no
estar bajo la tormenta.
Me encontraba con los
pies dentro del agua serena, que se fue enfureciendo tanto como el
cielo; sólo tenía que caminar tres metros de agua, pero algo me
impidió moverme.
El aire penetraba entre
mis párpados, paralizándolos, y el frío se apoderó de mí.
Cerré los ojos para que
el fuerte viento no se los llevase pero, al abrirlos no vi nada.
Parecía como si la
oscuridad lo hubiese conquistado todo en dos efímeros segundos.
Intenté salir del mar,
pero no podía moverme.
No podía oír las olas,
no podía sentirlas ni verlas, pero sabía dónde estaba, sabía que
el mar me tragaría, si no lo hacía el cielo.
Era como un vegetal,
consciente de mi existencia, pero sin ser consciente de nada más.
Entonces recordé a
Schopenhauer y su concepción romántica que decía que lo más bello
del mundo era contemplar cómo te arrastraba una ola; pero en el
mismo momento en que te golpea, pierdes la consciencia, que hace
imposible que puedas experimentar pasión.
La pérdida de todos mis
sentidos hizo que ni siquiera pudiera sentir cómo me tragaba el mar,
pero mi mente lo sabía todo, y mi muerte fue totalmente en vano,
como todas las piedras que se arrojan al mar.
La clave estaba en la palabra muerte. La encontré en el guijarro, la degustaste sin sabor en la boca y luego siguió su desenlace... Hay un encadenamiento de las cosas que resulta previsible e inevitable. Me gustó Mucho, Paloma.
ResponderEliminarUn abrazo
Quería escribir algo sobre los cinco sentidos y, al final la clave estaba en las piedras, que ni siquiera son vegetales, carecen de sentidos y su muerte (desaparición) no afecta a nadie.
EliminarSupongo que no pude evitar que resultase previsible.
Gracias, un abrazo.
Hola.
ResponderEliminarDescripciones deliciosas.
Una muy buena historia.
Un abrazo.
Me alegro de que resulten deliciosas, ya que hablamos de sentidos.
EliminarGracias, un abrazo.
Paloma preciosos relatos, se leen muy bien y enganchan facilmente. Tus relatos y personajes tienen algo que involucran al lector y no lo hacen parar de leer, así he estado esta mañana, geniales.
EliminarTe sigo leyendo, un beso!
¡Hola!
EliminarMe alegro mucho de que me leas y aún más de que me comentes!
Muchas gracias por tus palabras, ya nos vemos.
Un beso :)